Goya y Lucientes, Francisco de

 

Notas biográficas de Goya

Francisco de Goya y Lucientes había nacido el 31 de Marzo 1746 en Fuentedetodos, Zaragoza.

Pintor universal, sus pinturas concitan una preferencia única para quienes creen que él es principal genio por su carácter y estilo tan personal entre todos los pintores.

La majas, la escenas bucólicas de un lado, los fusilamientos, los desastres de la guerra, los caprichos, su mismo autorretrato, su afición taurina, dan idea de una personalidad singular, muy caracterizada por vertientes tan diferentes que van de lo apacible a lo trágico, las que por la fuerza de su fidelidad a ambos lados del espíritu, definen a los genios.

Como otras celebridades intelectuales, del mundo de la pintura, de la escultura, de la literatura…de la ciencia, también él ha testimoniado, en sus grabados, el enorme poder de la Tauromaquia como compendio de emociones interpretables por el arte. A veces con cierta festividad en el paisaje; a veces con la dureza que representa el desenlace mortal.

Como Dalí, Picasso, Zuloaga… en la pintura. Como Gautier, Foxá, Lorca, Hemingway… en le literatura, o como otros, filósofos o pensadores, Goya en su Tauromaquia serió el poema de la tragedia con parecida fuerza expresiva a las de sus otras creaciones significativas, las  de los “Doses” de Mayo o los Desastres de la guerra.

Goya es un pintor que sorprende porque además de la variedad expresiva de su pintura, sus cuadros se sitúan en los extremos temáticos. Desde la candidez de la Merienda en el Manzanares, del inocente juego de la gallinita ciega, los cómicos ambulantes, a las apariencias muy graves de los desastres, de los fusilamientos, la desesperación y rebeldía. De pintura multiforme, a veces monocromática, o a veces  plena de color, nos parecería por el  recorrido de sus pinceles que se trata de diferente autor. Una confusión que, en parte, aclararía espontáneamente la insinuante mentalidad de su autorretrato, más aún si se conoce su polifacética emotividad artística y su sátira.

Es en su Tauromaquia, la del incipiente toreo, donde ha dejado una muestra, en solitario, de su arte al traducir con sencillez sensaciones y emociones de honda gravedad: aguafuertes de atmósferas seriadas  con escenas  fuertes y dramáticas.

Goya conoció al literato Leandro Fernández de Moratín en Madrid después de dejar su tierra aragonesa a los veintinueve años. Luego coincidirán al final de sus vidas, en sus respectivos exilios, en Burdeos y  La Gironda.

Desde muy joven había albergado la ilusión de ser torero cuando por aquel entonces empezaba a frecuentar las plazas de “carros y tablas” de los alrededores de Zaragoza, quedándole para siempre la añoranza por haber solo sido, aspirante y no matador de clase, aunque en momentos de recuerdos se loaba de sus pretéritas  dotes como hábil estoqueador “sin envidiar a nadie”, como casi  al término de sus años, había  coloquialmente referido a su compañero,  el poeta.

No muy mayor enfermó y con la enfermedad, la sordera que “mecánicamente” le haría ser más reservado e introvertido. Su respiro para la salud no era otro que su pasión taurina que de continuo había manifestado como único y placentero remedio. A esta época, 1792,  pertenece su relación con Cayetana, la Duquesa de Alba, quien le ofreció para su curación una larga  estancia en su propiedad de Andalucía. Es en esos años cuando comienza sus primeros ensayos de grabado sobre cobre.

En 1799 inicia la creación de los Caprichos, casi al mismo tiempo decide continuar con el, para él, recurrente tema taurino.

Su soledad, su sordera, el exilio de sus amigos considerados colaboracionistas en la política de la época, hace que se refugie anímicamente en versionar la Tauromaquia, su medicina hospitalaria para la evasión, para ir rememorando el tiempo en el que al lado de su suegro el pintor Francisco Bayeu asistía ataviado a la usanza, espada de calle y sombrero calado, los lunes de Corrida, a plazas de los alrededores de la Capital.

Goya con su sordera como constante recuerdo e inestabilidad emocional, precisó de esta terapia psicológica. Asiste en automedicación a las plazas de Toros ahora también para simplificar sus trazados pendientes, observando nuevas escenas.

Esa especie de “tauroterapia”, auto-prescrita, dosificada en tomas semanales, éste para él tonificante ejercicio mental,  que hoy se diría de efecto endorfínico, lo revelaría en carta a su amigo Zapater:

“…ni yo mismo me soporto tan derrumbado a veces como en el preciso momento de escribirte  esta carta.  Lo que si te diré es que si  Dios quiere el lunes iré a la plaza  y, querría que para el siguiente lunes tú me acompañes”.

Francisco de Goya – Lances de capa en un encierro

Las planchas y el buril

Como precedente a su ingenio, cabe suponer la influencia de las estampas taurinas del pintor Antonio Carnicero a quien conoció.

La Tauromaquia de Goya comienza a partir de la Carta histórica sobre el origen y el progreso de la  Fiesta de los toros  en España. Para la ilustración de la obra de Fernández de Moratín el pintor aragonés grabó una colección exclusiva  de  treinta y tres planchas. Compuso sus aguafuertes en el orden guionado por el poeta, aún cuando, por su cuenta, abordara como continuación de la serie encargada, el grabado de unas cuantas planchas más imaginadas por él, al margen de esas primeras ya  dedicadas, las del  discurso erudito.

El guión de Moratín fue la línea expresiva para sus escenas  que incluían a moros  como pretéritos toreros  en una figuración  inexistente y  menos aún vestidos de Mamelucos, pues en la época, los toreros del principio de siglo vestían de calle, si acaso con alguna tira bordada en un dorado más o menos brillante, a lo largo del pantalón (sería sobre  el año 1728).

Goya se había familiarizado desde joven con la tragedia y, al igual que Hemingway, vio en el espectáculo taurino la significación premonitoria donde el orden cotidiano, cansino, era sustituido en espacio y tiempo por la improvisación atractiva y temeraria de cada pase que en aquellos ruedos semanales contemplaba para luego, como una segunda sesión, plasmar en sus bocetos.

Es prolijo describir los detalles pictóricos de las cerca de cuarenta planchas de la Tauromaquia de un Goya – conocedor por su doble faceta de artista y aficionado –  que captó los rasgos reaccionarios de la ganadería brava “navarresa”.

El pintor quiso representar en la colección lo más impactante por él contemplado como sucesión de episodios memorables,  a base de fuerza dramática.

Algunas planchas muestran escenas de acciones preparatorias de la Corrida que van desde el salto de la garrocha a los trapazos, y  desde las banderillas a la estocada, en todas ellas muestra la simpleza de las formas,  los manejos toreros de la época.

Otras escenas representan la tragedia pura y dura como la que dedica a Martincho, al joven temerario Antonio Ebasun que había conocido en Zaragoza. Son tres grabados, uno de ellos muestra al de Egea nada más y nada menos que con los pies encadenados para recibir al toro en  fatalista estocada. Otra escena recoge el dramatismo de un Pepe Hillo empitonado y muerto. Otra representa al Alcalde de Torrejón corneado en la grada de la Plaza.

La serie contiene  como se ha referido, como  grabados, se diría más funcionales de la Corrida de entonces, ese lúdico “salto de la garrocha” con el protagonismo de Juan de Apiñani de Calahorra sobre un toro pío, la estocada ejemplar de un Pedro Romero el famoso torero de Ronda, la “faena” del Licenciado de Falces, el estudiante de Derecho, un afamado navarro, o el Toreo a caballo de La Pajuelera  (la lámina  22  de la colección francesa que más adelante se cita).

Pero también Goya se contagia de la fantasía de Leandro Fernández para componer otras escenas bien distintas de las del Cid clásico modernizándolo al siglo XVI en cabalgadura, luego las escenas de los moros Mamelucos y la iniciativa (inventiva) de los arpones-banderillas empapelados a tiras, para su arrojo “una a una” (la lámina 7 de la colección francesa nombrada como, “Origines des harpons”). En otro grabado de imaginación, el argentino Mariano Ceballos montando… a un toro, al estilo del rodeo americano.

Puede decirse que la edición en España fracasó. La colección de los originales tuvo como destino Francia. El célebre taller del grabador francés Loizolet quedó con la propiedad de al menos una treintena de planchas de lo que se ha considerado un verdadero tesoro artístico.

(Fueron finalmente cuarenta las estampas realizadas. La colección fue titulada: “Differentes Manières et feintes de l´art de combatre les taureaux” con una tabla explicativa  de todas ellas).

La Tauromaquia como quehacer debe dedicar a sus maestros en la Cultura un perenne homenaje. Es por ello por lo que no cabe omitir, sí recordar, a estas celebridades tan comprometidas, pues representan cada una, algo tan sencillo como la comprensión de un Arte y como en el caso de Goya su original interpretación.

 

El Cid Campeador lanceando otro toro 1814-16. Tauromaquia. Museo del Prado. Madrid

Referencia: R. de Lara.Extraido del tratado de «Tauronogsia».