Épica para los jóvenes toreros 

Entre la leyenda y la historia

Como en la Puerta del Infierno de la ciudad de Dite
(de La Divina Comedia de Dante)

La Tauromaquia, dentro de ella el Toreo, la Plaza de Toros, para quienes desconocen este Arte, aparece como un circo infernal de provocadores y agresivos salientes en nuestra mismo solar. Parece que ellos, en su sinrazón, imaginaran un parecido con la visión dantesca de los horrorosos círculos descendentes del Averno. Sería el séptimo el particularmente escogido, el del Minotauro con los grises y abruptos farallones de piedras para contener el río de sangre cercano a Lucifer y luego más hondo, ya en su tercer recinto, el más profundo, el de los violentos contra Dios, la Naturaleza y la Sociedad.

Sin embargo, la realidad no es esa quimera. Todo es al contrario. No hay ni esa Oscuridad obscena ni los enormes riscos de hielo que vio Virgilio en aquella tenebrosa anochecida, porque nuestra Plaza como teatro del ágora, con el Sol cenital y con otra mirada más transparente, caminando de la mano del conocimiento, no es sino el claustro de un monasterio bien habitado, la obra monumento de nuestros antepasados plantada como atalaya arqueada en una colina más del paisanaje de la vida española y a la que se asciende en suave espiral a través de un camino que, por sorprendente, apasiona. Y, ya en la cumbre sin esfuerzo escalada, desde su altura épica, nos deja ver la inmensidad de todo un horizonte vitalista, con torres de Arte, de Valor, de Color …y, de confinada Emoción en sus intrigantes valles.

Todo como amplio y único  anfiteatro donde representar atractivas pero arriesgadas escenas costumbristas y polifacéticas. un bucólico panorama con un Olimpo de fondo y al que circunda un mar siempre embravecido, el Mar de Táuride, aguas encrespadas desde donde navegan contra viento y marea, rumbo a la fama, jóvenes  ilusiones.