«El Samurai Animal»
Solo la voluntad, la disciplina y la norma pueden dominar el instinto genético del comportamiento. Algunas personas muy singulares lo toman como filosofía vital y hacen del control del cerebro un arte privativo del ser humano. En el combate, el samurai, tótem de la cultura nipona, es un ejemplo de compendio de virtudes en dicho control y se erige en personaje diferente dentro del contexto social del país del sol naciente.
El animal carece de voluntad y por tanto la expresión genética de sus acciones es determinante en su forma de respuesta a la acción y reacción. En este sentido, en el combate, asomarse al entramado neuronal del toro de lidia supone una aventura llena de sorpresas. El toro bravo es un samurai animal nacido de la alquimia genética de los ganaderos, impulsores inconscientes de las leyes de Mendel aplicadas al desarrollo de su pasión: la crianza de un animal mítico.
Descendiente del uro, cuya ancestral lidia quedó reflejada en primitivas cuevas del sur de la Galia con sorprendentes pinturas rupestres, el bos taurus es un patrimonio maravilloso, mezcla del ingenio del hombre mediante la selección de los más agresivos y encastados representantes de la raza y el prodigio de la naturaleza que conservó milenariamente la agresividad de una res diferente. En los años 60 del pasado siglo empezaron los pioneros estudios del portentoso samurai animal.
Uno de los científicos más importantes que ha dado nuestro país, discípulo de Ramón y Cajal, José María Rodríguez Delgado (q.e.p.d.), un rondeño universal, investigador del comportamiento cerebral del sapiens en la Universidad de Yale (dónde concentró su vida laboral), entendió en esa época que la agresividad del cerebro del ser humano debía estudiarse en el animal más combativo que conocía: el toro de lidia. Un animal programado en su genoma para resistir y acometer hasta la extenuación; ganador de luchas contra tigres, leones y elefantes, era el ideal para continuar sus experimentos sobre el comportamiento cerebral del hombre y la mujer en las emociones más primarias.
Arrancó Rodríguez Delgado (RD) una investigación a la que se adhirió el fenómeno de la época, MB “El Cordobés” quién proporcionó toros y toreo campero como laboratorio improvisado para el científico. En una finca andaluza se iba a descubrir como era el comportamiento cerebral del bravo. RD implantó electrodos en la zona del hipocampo (lugar del cerebro antiguo donde se dan cita las emociones más primarias) y concluyó que las neuronas que controlaban la respuesta agresiva del toro de lidia estaban ampliadas en número y forma y respondían a los estímulos de una manera automática. Se permitió el lujo de controlar la embestida llegando a abortarla en plena acometida a la muleta simplemente mediante una descarga de corriente en los electrodos previamente instalados en el toro.
No tuvieron la relevancia esperada tales conclusiones científicas. En aquel momento, la realidad social de los sesenta, dónde la tauromaquia no sólo no era cuestionada si no que era entendida como reflejo de nuestra cultura más intrínseca, no necesitaba defensa alguna así que aquello que pudo explicar muchas cosas a quienes no entendían el sentido de la existencia del toro, quedó como un episodio exótico de un sabio español. Algo que en los tiempos que corren es absolutamente determinante poner sobre la mesa para hacer comprender a la sociedad muchas de las cuestiones que interesadamente los más radicales contrarios a la tauromaquia tratan de inculcar a las nuevas generaciones para acabar con una joya cultural de nuestra historia.
Evidentemente no hacía falta demostrar científicamente en los primeros años de los 60 que la programación genética del bravo impedía el sufrimiento o lo modifica hasta extremos impensables. No hacía falta dar a conocer las intercomunicaciones sensitivas entre los nucleos neuronales que controlan el ataque y los estímulos sensitivos de la piel y los nervios (por cierto ambos unidos en las líneas celulares que proceden embriológicamente de una de las capas madres celulares de nuestro desarrollo: el ectodermo). Los estudios inquerían que el supuesto dolor-sufrimiento de la lidia era el estímulo más potente para el desarrollo de la bravura y que la interpretación cerebral de dicho complejo, lejos de producir estrés y dolor como tal, se convertía en el resorte del ataque. El combate era la razón de ser del samurai-toro y su cerebro está preparado para afrontar la lucha sin sufrimiento, al menos según se entiende habitualmente. Si golpeas a una vaca lechera huye al estímulo pues su proceso de dolor no tiene los resortes de una vaca brava ante la que no puedes ni moverte sin que se arranque.
Décadas después, el profesor Illera se empeñó en un exhaustivo trabajo científico que desarrolló fundamentalmente en la Monumental plaza de Las Ventas, analizando postmorten, tras la lidia de cientos de toros, niveles hormonales de sustancias biológicas implicadas en el estrés. Amparado por la paciencia, analizó y estudió desde los dichos componentes hormonales del estrés del toro hasta la anestesia natural de las endorfinas segregadas en las heridas de la lidia y demostró, con los adelantos técnicos de nuestro tiempo, que aquel núcleo neuronal de la agresividad que descubrió Rodríguez Delgado era un 30 por ciento más desarrollado en el toro de lidia que en la vaca lechera. La mano del hombre en el laboratorio de la ganadería ha modificado mediante los cruces milenios de años en el progreso de una estructura vital.
Estos argumentos científicos, de enorme magnitud, no tuvieron su lógica transferencia a la sociedad de nuestro tiempo para documentar e ilustrar sobre la supuesta crudeza de la lidia a las personas que no estaban ni a favor ni en contra de la tauromaquia, error miope de comunicación que provocó los polvos que ahora son lodos con la contemplación de la sangre como única prueba de los antitaurinos del supuesto sufrimiento del toro bravo.
Se daba por sentado de forma inalterable por los estamentos taurinos que la fuerza espiritual, tradicional, cultural y económica que posee el toreo era más que suficiente en la supuesta batalla contra los intolerantes detractores, así que en materia de comunicación, la voz de alerta de algunos que estábamos estudiando el futuro de la liturgia taurina era más o menos la de visionarios perturbados que solo auguraban hecatombes imposibles. El paso del tiempo ha demostrado tan fatídico y cómodo asentamiento en la zona de confort de los responsables de la tauromaquia como la más grave dejación en sus deberes de promoción y divulgación de nuestro hecho cultural más definitorio.
Entre las muchas medidas de renovación y adaptación a nuestra época y al sentir de las nuevas generaciones que deberían implementarse, los instrumentos de la lidia son claves para la tauromaquia del siglo XXI.
El control de la puya y de la tan temida palabra “sangre” es determinante en la actualidad. La puntilla y los innecesarios descabellos reiterados son el argumento principal de los enemigos de la tauromaquia, argumento que nos está llevando a la destrucción de la imagen social por parte de los intolerantes y todo ello por no afrontar una solución razonable en el propio ámbito taurino.
¿Hay que eliminar la puya y las banderillas? ¿y la muerte del toro?: la respuesta es NO, forma parte de la liturgia y se debe respetar.
¿Hay que modificar la puya, las banderillas y la muerte?: La respuesta es SI, de forma urgente (tamaño y capacidad de penetración en función del poder del toro). Dos puyas: una liviana y ligera para utilización sistemática y otra de seguridad para reses y plazas especiales de utilización puntual. Marcadas en el regatón con colores diferentes para que todo el mundo sepa cuál se utiliza.
¿Es lo mismo el toro de Madrid o Sevilla que el de un pueblo pequeño de nuestro universo taurino? … ¿por qué se utiliza la misma puya en ambos?
Banderillas de arpón más pequeño y ajuste de “la hora de la verdad” en tiempos e intentos.
Elemento primordial y de futuro es la regulación del indulto. Es necesario cambiar los parámetros actuales por otros. La transformación del indulto del toro desde la búsqueda tradicional de un semental (todos los indultados tendrán defectos de comportamiento para los ultrataurinos que también los hay) transformándolo en un premio a la bravura y el comportamiento del animal y otorgado por el deseo soberano de los aficionados/espectadores con su petición. Pasar de una excepción a una verdadera posibilidad y enviar el mensaje a la sociedad de nuestro tiempo. No debe entenderse en ningún caso como una claudicación ante los detractores sino como una evolución del propio arte del toreo. La vida siempre estará ahí para ganarla a través de la casta. Será el único animal del mundo criado para el sacrificio que la gane por su condición y no por su morfología.
La modificación de aspectos supérfluos de la lidia sin tocar un ápice la liturgia del toreo es necesaria, cómo lo es un plan de comunicación social, profesional y marcado por una hoja de ruta permanente en el tiempo que dé a conocer toda la adaptación que se debe realizar sin más dilación.
Es el momento de la reconversión y es una oferta de diálogo con aquellas fuerzas políticas y sociales contrarias, sin renunciar a nuestra liturgia. Desarrollar un mensaje adaptado al lenguaje actual y al entendimiento de las nuevas generaciones se antojaba hasta hace muy poco banal así que ni por asomo se planteaba tal reordenación de la tauromaquia. Ahora es cuestión de vida o muerte.
Hasta ahora el negocio se mantenía y eso era lo importante. La gallina de los huevos de oro seguía funcionando y tal vez sin saberlo había que matarla para sacarle todos los huevos cuando el reparto de beneficios se convertía en batalla campal de intereses entre los poderes más influyentes de la propia Fiesta.
El coronavirus y la endogamia indolente de la técnica del avestruz, están llevando al samurai-toro a barbear tablas con ganas de echarse.
Una tormenta perfecta está haciendo zozobrar a una nave milenaria cultural y económica que nos identifica y que es una base fundamental de nuestra historia. Parece que no se sabe como evitarlo, cuando la palabra que está de moda y es verdadera solución tiene la clave…. la reinvención.
Si nadie quiere meter mano en el acto quirúrgico que puede extraer el cáncer, el cáncer, que está en fase avanzada, acabará con un universo maravilloso, una creación única que tendrá los días contados. Aquellos que tienen las posibilidades de hacerlo no lo hacen buscando la normalidad tradicional y por tanto el cáncer se extiende sobre el samurai-toro a velocidad exponencial. Ya ha comenzado la tragedia. En lugar de ir al campo de batalla para el que se ha preparado durante siglos, el bravo muere en el lóbrego matadero de la deshonra. No sólo el samurai-toro, también sus madres y sus hijos… una tragedia histórica… un genocidio animal perpetrado por un virus que está haciendo realidad el sueño de un movimiento radical animalista que provoca lo contrario de lo que predica y potenciado por algunos políticos, también radicales, que obran según intereses de grupo y lo que es peor , todo esto ante la mirada impotente, tal vez indolente y excéptica de muchos que podrían, abandonando intereses personales, poner remedio a tales desmanes: los propios taurinos con capacidad de decisión y recursos para hacerlo.
En definitiva, una muerte, la del samurai-toro, como consecuencia de que aquellos que dicen que le aman en realidad solo le utilizan.
Todavía estamos a tiempo de evitarlo pero para eso, de verdad, hay que amar una filosofía de vida que se llama tauromaquia y a un animal mítico: el toro bravo.
Juan Ramón Romero
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