Manolete en México

La vida española se ha polarizado en exceso en los últimos años. Se ha querido poner en cuestión por parte de algunos el sistema de la transición y la Constitución de 1978, que ha significado un largo período de progreso en libertad para los españoles y que ha llevado a nuestro país a disfrutar de mayor peso y presencia en Europa y en el mundo. En esa andanada ideológica, hecha de confusión y escaso respeto al otro, la primera víctima ha sido la tolerancia, sin la cual no será posible construir una sociedad democrática verdaderamente avanzada. Al final, de la mano de los populismos, asoman lamentablemente los nubarrones del pensamiento único, en la política lo mismo que en el ancho mundo de nuestras tradiciones, cuestionadas hasta el punto de proponer su prohibición, con toda suerte de argucias y argumentos de escaso rigor intelectual, incluso desde las propias instituciones.

La tauromaquia está en el punto de mira, como ninguna otra de nuestras tradiciones. La ofensiva se lleva a cabo desde el animalismo más primario, el ecologismo mal entendido o desde fuerzas políticas del ámbito nacionalista, con la movilización callejera alentada también por los sectores más militantes de la izquierda radical. No falta el concurso, incluso, de fuerzas políticas que contribuyeron a asentar el sistema de la transición, como sucede hoy con el PSOE, en cuyo seno hay corrientes que comparten el pensamiento antitaurino de los radicales. No solo se ignora el arraigo de la fiesta de los toros y su existencia centenaria, sino también su importancia social,   cultural y económica. Hasta se ha vinculado la fiesta de los toros a la derecha autoritaria, como si, al igual que en otros ámbitos de actividad y profesiones, no hubiera diversidad de opiniones políticas y sociales entre quienes aman y siguen la fiesta, la practican o viven de ella. Es más, en pocas actividades profesionales o artísticas se da una transversalidad más acusada que en la fiesta de los toros.

No voy a gastar ni un minuto en rebatir las falacias que sobre la fiesta se vierten cada día, pero si aprovecharé esta oportunidad para referirme a uno de los grandes de la fiesta nacional , el diestro cordobés Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, cuando en poco más de un mes se cumplirán los 74 años de su muerte en la plaza de Linares. A Manolete se le ha vinculado con el franquismo como a pocas figuras del toreo de aquellos años. Manolete no era político. Era y siempre será uno de los grandes del toreo de todas las épocas. Un matador con gran personalidad y carácter dentro y fuera de la plaza. Cuando estalla la guerra civil es la geografía la que determina su presencia en el llamado bando nacional, como ocurrió a millones de españoles. Se presentó en Cabra como novillero en 1934 junto a Juanita Cruz y su objetivo no era otro que abrirse camino en una profesión dura y exigente como pocas para llegar a lo más alto, lo que logró en pocos años a base de disciplina, entrega, arte y un valor sin límites. Recibió homenajes de escritores y políticos del franquismo, como correspondía a su condición legendaria como matador y figura pública de primer orden. Su humanidad era notoria, lo mismo que su carácter reservado. Esa humanidad, que con frecuencia es rasgo de los grandes hombres, se proyectaba en muchas facetas del diestro, más allá de las circunstancias políticas del momento. Me  referiré a un acontecimiento, bien conocido, pero no siempre recordado , que protagonizó Manolete durante su estancia en México en la temporada taurina de 1945.

Según refiere Alfredo Asensi  Díaz en su libro”Córdoba y Manolete mano a mano”,publicado en Córdoba en 2012,en la temporada mexicana del diestro Cordobés en 1945 ,este fue cogido por un toro de cierta gravedad, lo que le mantuvo fuera de los ruedos durante un tiempo, aunque permaneció en México hasta poder continuar sus compromisos. En ese momento se encontraba en México el dirigente socialista Indalecio Prieto, quien invitó a su casa al torero cordobés. Ambos mantuvieron  una conversación interesante en presencia de Camará, el apoderado de Manolete. Prieto se refirió a la situación del Gobierno republicano en el exilio y criticó la posición de Negrín, próximo a los comunistas. Prieto utilizó un símil taurino y dijo que Negrín quería torear en otra plaza (el comunismo) y que esa no era la lidia que convenía a España,  añadiendo que lo que necesitaba España era la monarquía y dejar en sus manos la lidia de un toro muy difícil que se llama democracia. Prieto pidió a Manolete que le firmara un abanico, a lo que accedió el diestro, con esta dedicatoria:”De español a español. Para Indalecio Prieto de Manuel Rodríguez Manolete”.

Plaza de Toros de México

Durante su estancia en México, Manolete asistió igualmente  al homenaje que se organizó en la Embajada de Ecuador en honor del político  cordobés exiliado Antonio Jaén Morente, en presencia también del poeta de Puente Genil ,Juan Rejano, del socialista Francisco Azorín Izquierdo, arquitecto y diputado por Córdoba, y del poeta Pedro Garfias, tan vinculado a Córdoba y Cabra. De este acto hay constancia gráfica en el libro de Francisco Moreno Gómez “Pedro Garfias. Poesía completa”, editado por el Ayuntamiento de Córdoba en 1989.

Estos dos acontecimientos son relevantes por el momento en que tuvieron lugar, seis años después de finalizada la guerra civil y porque hay en ellos mucho de la humanidad, la proximidad y el carácter de Manolete. España vivía años difíciles. De grandes carencias, de infinita penuria económica y bajo un régimen autoritario, al que no le temblaba la mano a la hora de acabar con cualquier forma de oposición. Pocos españoles eran capaces de reunirse con dirigentes del exilio en aquellos años. Manolete lo hizo. No por coincidencia en las ideas. Primó, sobre todo, la proximidad a compatriotas en el desgarro y la amargura del exilio y también el deseo reunirse con sus paisanos, sus hermanos de Córdoba. Un gesto que desmiente de manera palmaria el simplismo de los que reparten credenciales de democracia sin fundamento o denigran a la fiesta sin entenderla.

Plaza de Toros de México

Juan Leña